LAS VERDADES DEL BARQUERO

VIOLENCIA. Por El Cojense

 VIERNES 05-12-2014

Que no soy aficionado al futbol ya quedó claro hace tiempo en esta imgresmisma revista, y quede claro también ahora que en otros tiempos me gustó, tiempos en los que podíamos jugar, algunas veces con pelotas de trapo, tomando como campo la mismísima carretera nacional Alicante-Murcia, que pasaba entonces por el centro de los pueblos. Los escasos vehículos a motor que circulaban eran tan lentos y hacían tal ruido que nos daba sobrado tiempo a retirarnos para que pasaran y continuar después el juego. Pero luego las cosas cambiaron. Me hice mayorcito, iba al futbol los domingos y empecé a ver cosas desagradables, la mayor de todas, a partir de la cual dejé de ir fue por una batalla campal donde recibió leña por arrollamiento hasta la única pareja de guardias civiles que había para mantener el orden. Las piedras y ladrillos volaban sin control sobre las cabezas, y los garrotes y puños no daban abasto, con el natural resultado de gente lisiada y ropas desgarradas. No hubo muertes, de milagro.

            Tiempo después, un árbitro de segunda división, en un departamento de tren durante un largo viaje me confesó su gran suerte profesional: solo le habían pegado una vez, aunque varias tuvo que salir escoltado por la fuerza pública, pero algunos compañeros acumulaban varias palizas y mostraban cicatrices por golpes e impactos de objetos contundentes. Respecto de insultos al honor de madres y esposas, dijo que había que estar curado de espanto y hacer oídos sordos. Conocí a una buenísima y recatada mujer, a quien nadie advirtió del ambiente de las gradas, que fue a ver arbitrar a su hijo  un partido de categoría regional en una localidad vecina: pasó días llorando por lo que oyó decir sobre la madre del árbitro, y es que las gradas son uno de los mejores lugares para ver asomar la parte animal que se lleva dentro.

            El propio campo de juego, con más disimulo, y a veces sin él, manda sus propios mensajes: ir a buscar al jugador contrario en vez del balón, empujones, codazos, patadas, gestos obscenos, y hasta mordiscos, son comunes en el desarrollo del juego.

¿Y lo de fuera? Don Dinero. El dinero marca los goles, y no hace falta explicarlo, pero pondré un caso histórico y próximo geográficamente: Hace años, un equipo local del contorno subió en tres años desde baja categoría regional a tercera división, y en los tres años siguientes volvió donde estaba al principio. Motivos: Unos cuantos amigos pudientes pusieron sus millones sobre la mesa, ficharon a los mejores jugadores de la comarca, y miel sobre hojuelas: En el último partido, para ascender a tercera necesitaban ganar por una diferencia de siete u ocho goles, y marcaron más de una docena; ya pueden imaginar cómo. Luego, los capitalistas se fueron a sus casas, el equipo despidió a los contratados, y en otros tres años, vuelta al punto de partida. Don Dinero manda, y manda hasta en la inmoralidad de pagar los clubes a los ases el balón, por su acierto en colar una pelota de un palmo de diámetro por un rectángulo de casi dieciocho metros cuadrados, lo que el mejor de los científicos benefactores de la humanidad no cobrará a lo largo de toda su vida.

La reciente muerte de un hincha en el Manzanares es la consecuencia y fruto de lo anterior. El caldo de cultivo desarrolla el germen del odio hasta provocar encuentros al margen de lo deportivo, y fuera o no el muerto el que se lo buscó retándose con los del otro bando, lo cierto es que se produjo el hecho, y de esto tiene buena culpa el futbol, por que un deporte cuya práctica engendra la clase de violencia que puede acabar, como se ha visto que acaba, en muerte, no puede quedar al margen de culpa, pues este deporte tiene a su cargo centenares de muertos solo en su historia reciente, y no en vano algunos de los partidos son calificados de “alto riesgo”. Tremenda barbaridad desde el punto de vista puramente deportivo, cuando el instrumento y objeto en disputa es un simple balón de cuero hinchado de aire.

Y confieso que me gustaba de jovenzuelo: cuando solo era un juego. Y no es que no existiera la violencia, por que nos enfrentábamos a pedradas los de un barrio contra otro, que entonces se iba poco a la escuela y había piedras por el suelo en vez de asfalto, pero jugando al fútbol solo te cabreabas por perder o te alegrabas por ganar, y el perdedor aguantaba el chaparrón de pitadas hasta que le tocaba desquitarse de la misma forma.