Si han leído o tienen referencias de un artículo publicado hace poco en este periódico titulado “La desaparición de especies” verán que esta es una historia de una huerta que ya no existe, pues los hechos que se relatan sucedieron hacia mediado el siglo pasado, pero hará unos cincuenta años que me pidieron unas colaboraciones para la revista de acuariofilia BETTA con el propósito de diversificar un poco el tema monográfico sobre peces y acuarios propio de este tipo de publicaciones, y escribí una decena de artículos bajo el título genérico de “Historias de la vida real”. Estas “historias” no fueron otra cosa que relatos de observaciones hechas en la huerta sobre algunas de las especies que la poblaban, especialmente insectos, anfibios y reptiles, observaciones diarias en los recuerdos de un niño para quien la Naturaleza era lugar de juegos y libro que cada día le mostraba una página de enseñanza ilustrada con imágenes reales. La primera de las “historias” o relatos, “Problemas para encontrar novia”, tuvo el privilegio de “cruzar el charco” y difundirse en otros países de habla hispana, según palabras del director de BETTA, y en lugar más cercano, un instituto de Alicante, sirvió años después como tema de discusión sobre la conveniencia de observar nuestro medio natural y descubrir sus secretos. Cabe también al autor -permítasele la inmodestia, mientras no se demuestre lo contrario- de haber sido el primero en publicar esta parte de la biología de estos insectos que la desaparición de los animales de labor llevó también a la extinción en nuestro entorno bajosegureño. El texto original decía así:
En esta ocasión les contaré a ustedes algo que he observado repetidas veces durante los calurosos veranos pasados en la Vega Baja, y cuyo protagonista ha sido el simpático Scarabaeus sacerpius, llamado vulgarmente escarabajo pelotero.
Es conocidísima la costumbre, en estos escarabajos, de fabricar pelotas de estiércol, donde pondrá después sus huevos la hembra para que la prole se desarrolle a expensas de esta materia. El proceso se desarrolla de la forma siguiente:
Inmediatamente después de la deposición de una caballería o de un bóvido, comienzan a llegar los escarabajos guiados por su portentoso olfato. Incluso cuando el viento les es desfavorable, perciben la presencia de excrementos frescos, ya que acuden de todas direcciones con su clásico zumbar de alas.
El aterrizaje no puede ser más cómico ni espectacular, pues ya localizado el objetivo, se sitúan a corta distancia de él, y a una altura de 10 a 20 centímetros del suelo dejan de batir las alas, con lo que se dan el gran batacazo. De resultas de esta torpe manera de aterrizar, algunos individuos no pueden plegar correctamente las alas membranosas, por lo que los élitros o alas quitinosas no cierran correctamente y el bicho queda con una lastimosa facha. Más como la conciencia del ridículo no la tienen muy desarrollada, y todos han hecho la misma payasada al tomar tierra, no se preocupan mucho y se dirigen sin demora hacia el “suculento” material de trabajo y comienzan a fabricar una bola de poco más de un centímetro de diámetro. Previamente, y sobre la marcha, se ponen de acuerdo con el individuo más próximo del sexo opuesto sin que medie ningún tipo de galanteo, pues al parecer, o son todos igual de feos o el comenzar el trabajo de fabricar la pelota apremia tanto que no queda lugar para menudencias de gusto personal.
Posiblemente se preguntarán ustedes el porqué de tanta prisa por llegar a la boñiga. Pues no lo sé. Sin embargo, tras múltiples observaciones he llegado a ver que las primeras parejas en comenzar la bola cortan, por decirlo así, lo mejor del “pastel” y con menos trabajo. Además, si el mamífero es una persona y, por tanto, no ha hecho una deposición abundante, o la cantidad de escarabajos es muy numerosa, los últimos en llegar se ven en dificultades para lograr su objetivo. Estas podrían ser, a mi juicio, algunas causas de la prisa.
Terminada la tarea, la pareja se aleja rodando la pelota. De vez en cuando, excavan un hoyo y la entierran, para volverla a desenterrar enseguida. La operación se repite varias veces, a fin de que se adhieran bastantes partículas de tierra y la bola aumente de tamaño; esta tierra formará, una vez seca, una cubierta protectora de la futura prole.
Hasta aquí la cosa se desarrolla plácidamente, pero volviendo al título del relato, puede el lector preguntarse dónde están los problemas para encontrar novia por parte del escarabajo.
Pues bien. Resulta que, aparentemente, la Naturaleza ha complicado las cosas un poco haciendo que el número de machos sea superior al de hembras, por lo que forzosamente han de quedar unos cuantos machos solteros, lo cual explica todavía más el que no titubeen en aceptar la primera hembra que encuentran, por si acaso llega otro más listo o más guapo y se la lleva.
Llegado el caso de no encontrar pareja, el macho solterón queda a la expectativa sin participar en el “banquete”. Su soledad parece pesarle más que sus aficiones coprofágicas, por lo que observa con detenimiento a sus congéneres en la tarea de elaborar pelotas.
Cuando una de las parejas se aleja conduciendo la pelota, el solterón les sigue la pista a una distancia de de 30 a 40 centímetros, siguiendo exactamente la misma ruta, hasta tal punto que si los perseguidos recorren un camino circular o en zigzag, el solterón lo sigue con exactitud a pesar de que le sería más fácil llegar a ellos marchando en línea recta.
Si la pareja detiene la marcha al observar al perseguidor, éste hace lo mismo, quedando inmóvil. Iniciada otra vez la marcha, continúa la persecución, hasta que transcurridos quince o veinte minutos, en cuyo lapso de tiempo se han alejado cinco o seis metros del punto de partida, el perseguidor se decide a pasar a la acción, para lo cual se acerca hasta unos 15 centímetros de la pareja. En este momento la hembra se separa unos centímetros y queda a la expectativa, mientras el macho sube a la bola y abre sus mandíbulas en actitud defensiva, esperando el ataque del intruso solterón que se dispone a disputarle ambas posesiones: el botín de estiércol y la novia.
Esta parte del relato es la más seria, aunque la lucha es incruenta. El choque de los machos es frontal, y tratan de derribarse mutuamente usando las mandíbulas como palanca. El propietario de la pelota, subido en ella, mantiene un equilibrio inestable, por lo que rueda constantemente agarrado a su contrincante y a la pelota. Si pierde ésta, vuelve a recuperarla rápidamente y se reanuda la lucha. Los contendientes ponen tal ardor que el lugar del combate se desplaza del inicial, por lo que la hembra se desplaza también conservando las distancias y manifestando gran interés por lo que ocurre. A veces, uno de los luchadores sale catapultado por la acción de palanca de las mandíbulas del otro a distancias de cinco o diez centímetros, pero vuelve al combate con ardor. Aguzando un poco el oído por parte del observador, puede percibirse con claridad el ruido del entrechocar de las mandíbulas durante la lucha.
La pelea, que como he advertido antes es incruenta, pues no produce heridos, termina con el abandono de uno de los contendientes a los tres o cuatro minutos de combate, y la identificación del ganador es fácil, puesto que el propietario inicial de la pelota está manchado de estiércol, igual que la hembra, y el solterón, en cambio, conserva su traje impoluto.
Zanjadas las diferencias con el abandono del más débil, el vencedor se posesiona de la pelota, y la hembra acude sumisa. La marcha se reanuda como si no hubiera pasado nada, mientras el vencido se aleja definitivamente.
En este punto, y para terminar, les diré que, de los muchos combates observados, rara vez he visto salir triunfante al intruso solterón, lo que demuestra el ardor con que defiende sus derechos el propietario de la pelota.