Durante la lectura del reciente libro “Historia Natural de Sierra Escalona y Dehesa de Campoamor”, editado por el Ayuntamiento de Orihuela, observé que uno de los autores, Carlos Javier Durá, comienza la página 156 con este sugestivo párrafo: “Seconsidera una evidencia científica el hecho de estar inmersos en la sexta extinción de especies. Esto significa que cada vez estamos más solos en este maravilloso y todavía joven planeta. Se calcula que diariamente desaparecen en la tierra alrededor de unas 35 especies diferentes de animales o plantas, debido directamente a la acción del serhumano”. Este asunto me hizo reflexionar y dar un repaso mental al archivo de los antiguos recuerdos, posibilidad exclusiva (la obviedad salta a la vista) de los que hemos llegado con cierta lucidez a la vejez. Hay que remontarse a los años cuarenta y mediados los cincuenta del pasado siglo para recordar las huertas de bastantes pueblos de la Vega Baja y compararlas con las actuales, especialmente donde mayor papel o incidencia ha tenido algo tan común y antiguo como el cemento sustituyendo brazales a cielo abierto y costones llenos de vegetación por tuberías y superficies lisas improductivas. En los azarbes se podía ver el vuelo rasante y las zambullidas del martín pescador, la pesca de anguilas con caña en las aguas turbias de los días de tanda (la turbiedad del agua impedía que el pez viera al pescador), las culebras viperina, bastarda, y de escalera en labores de caza; las ranas; los nidos de lavanderas amarillas en los quijeros, y como vegetación dominante el fenás (una especie de festuca), donde anidaba el butrón o chicha común; y en el agua los berros, la grama de agua o del Norte, el “moco de pavo” (una especie de poligonum) y las algas filamentosas formando cabelleras ondulantes movidas por la corriente. En los primeros riegos a manta de sembraduras de cáñamo, cereales, alfalfas, etc., era patente la presencia de abundantes bisbitas y lavanderas blancas alimentándose de los insectos y arañas que trataban de escapar del agua, y al final de los tablares no era raro capturar anguilas y carpas que habían penetrado por las hilas de riego. En el cáñamo anidaban y cantaban los carriceros tordales, y alrededor de las faenas agrícolas se podían ver a corta distancia las lavanderas y los cagaestacas o chichiporros (saxicolas) en busca de grillos y otros artrópodos desenterrados por los aperos de cava y labranza.
No podemos afirmar que todo lo nombrado haya desaparecido, pero, ¡es tan raro su simple avistamiento! Por que salir intencionadamente con la idea de ver en algunas de nuestras huertas algún ejemplar de las especies citadas, aunque sea con prismáticos, supone llanamente perder el tiempo dados los cambios estructurales y el uso descontrolado de pesticidas aplicados por el hombre durante los pasados años. Hace tiempo que vi la última planta de achicoria y de llantén, pero en cambio abundan los equisetos, otrora escasos, que por su resistencia a los herbicidas ocupan el espacio libre en los costones y linderos entre parcelas. Como especies desaparecidas en su totalidad de nuestras huertas podemos considerar los escarabajos peloteros, los tábanos y las moscas muleras o burreras, consecuencia lógica del cambio de bestias de labor por maquinaria. En cambio, la sustitución de cultivos de bajo porte por arbolado ha permitido la expansión de especies de caza como perdices, liebres y conejos, confinados antes en los montes, al abrigo del nuevo hábitat arbóreo que les ofrece alimento y refugio. También, la menor presión venatoria ha permitido la presencia abundante de garzas blancas sin temor a la cercana presencia humana.
Entre los cultivos, la mengua de la cabaña ganadera -hoy nadie cría cherros con forraje- ha producido la desaparición del Bersim o trébol de Alejandría (alfalfa mora en lenguaje vulgar), leguminosa de invierno que cubría la ausencia de la alfalfa común, y que se sembraba asociada con cebada o avena, produciendo un primer corte de inmejorable equilibrio alimenticio (gramínea + leguminosa) para el ganado, seguido de dos cortes más por su rápido crecimiento hasta la primavera, donde la alfalfa, el fenás y otros forrajes silvestres tomaban el relevo. El maíz panificable, llamado impropiamente panizo, también desaparecido, además de alimento humano se descopaba (corte de la parte masculina) para el ganado una vez cumplida su misión polinizadora, y los tallos o cañotes, de sabor especialmente dulce y que se mantenían verdes hasta la cosecha, eran un apetitoso forraje que se cortaba para el pesebre del ganado vacuno y mular. Este maíz, especialmente domesticado durante siglos en la práctica del descopado, no sufría apenas disminución de cosecha por esto, ya que el soporte de la parte masculina de la planta representaba muy poco respecto del total de la masa vegetal; por contra, en los maíces híbridos actuales la parte masculina puede llegar a la mitad del conjunto y no se podría hacer el descope sin dañar seriamente la cosecha.
Considerando lo expuesto, no creo necesario alargar el relato, porque vista la sola enumeración de lo que en otro tiempo veíamos personalmente en abundancia y hoy ha desaparecido o constituye una rareza, hay que afirmar que el párrafo citado constituye una realidad palpable para cualquier mediano observador del mundo que nos rodea. Y no debemos olvidar que en este barco, desde el capitán al último grumete, nos guste o no, viajamos todos, y si se hunde no tenemos otro donde navegar.