“9 de mayo: algunas cosas para celebrar…y otras no” por Armiche Carrillo (PCPE).
“La victoria sobre la Alemania nazi es una victoria de la clase obrera, la Declaración Schuman conmemora una victoria, momentánea, de la oligarquía monopolista”
“9 de mayo”.
Aunque un 8 de mayo de 1945 el Almirante Dönitz, sucesor de Hitler, capitulaba ante Eisenhower, lo cierto es que es en la madrugada del 8 al 9 de mayo en donde hay que situar la verdadera rendición de las Alemania Nazi, cuando el mariscal de campo Wilhelm Keitel firmaba, ante el mariscal del Ejército Rojo, Georgui Zhukov, la rendición de las últimas tropas del Ejército Nazi. Desde entonces el 9 de mayo es recordado como el Día de la Victoria sobre el nazi-fascismo.
Pero hay otro 9 de mayo, el que verdaderamente importa a la oligarquía y el que celebra con más interés. En ese otro 9 de mayo, pero de 1950, el ministro francés de exteriores, Robert Schuman, pronunciaba la conocida como Declaración Schuman, dando inicio al proyecto imperialista europeo.
Dos celebraciones paralelas y enlazadas, pero con significados distintos. La victoria sobre la Alemania nazi es una victoria de la clase obrera, la Declaración Schuman conmemora una victoria, momentánea, de la oligarquía monopolista.
La burguesía, el fascismo y la II Guerra Mundial.
Hay un viejo aforismo, en ocasiones atribuido a Tucídides, que dice que quien gana una guerra, gana dos veces: vence en el campo de batalla y gana el derecho a escribir la Historia.
La oligarquía asume que ha ganado ese derecho por eso con el triunfo de la contrarrevolución capitalista en la URSS, la clase dominante enterró en la memoria el triunfo de la clase obrera sobre el nazi-fascismo, deformando aquella victoria hasta ocultar por completo el papel heroico del pueblo soviético y presentándose a sí misma, no como la incubadora del fascismo, sino como la libertadora del mundo, llegando incluso a equiparar nazismo con comunismo
Pronto trató de hacernos olvidar que el nacimiento y auge del fascismo como corriente política, y del nazismo, como su concreción en Alemania, tenían mucho que ver con la crisis capitalista del año 29, dejando en murmullos las clamorosas pruebas que demostraban el apoyo y empuje incondicional de los industriales alemanes (Krupp, Thyssen…) y no alemanes (como IBM o Ford) al Partido Nazi y a Hitler en particular.
Y es que, en efecto, auque el fenómeno fascista aparece, claramente formulado, en la década de los 20 en Italia, no será hasta después de la crisis del año 29 cuando demuestre su verdadera fuerza.
Las necesidades de la oligarquía monopolista no eran nuevas: una brutal crisis capitalista de sobreproducción de capital que debía ser destruida para restablecer el ciclo de reproducción ampliada capitalista.
En EEUU la salida, sólo parcial, de esa situación se encontró, gracias a la posición cuasi dominante que ya tenía la oligarquía norteamericana, en la construcción masiva de obras públicas y la exportación de capitales, así como del cobro de las deudas contraídas por sus socios europeos, aparte, naturalmente, de la agresión sobre la clase obrera y el campesinado norteamericanos en forma de paro masivo, descenso de salarios, expropiaciones de viviendas y pequeñas propiedades agrícolas, privatizaciones por doquier, etc.
En Europa, si Francia y Reino Unido todavía podían explotar aun más a sus colonias, Alemania, que las había perdido después de la I Guerra Mundial, no tenía esa posibilidad. En consecuencia, los efectos de la crisis fueron mucho mayores en territorio germano, creando un vivero inmejorable para la víbora fascista.
Como apuntaba Lenin en su momento, una de las características esenciales del imperialismo es su tendencia a la reacción en toda línea. La II Guerra Mundial fue la plasmación práctica de esa tendencia.
Agotada la posibilidad de aumentar aun más el grado de explotación sobre la clase obrera “nacional”, la solución estrella de la clase dominante capitalista a la crisis fue la carrera por un nuevo reparto del mundo. En esta carrera, la oligarquía alemana fue la más decidida porque era la que más tenía que perder con el statu quo presente en la cadena imperialista.
Acabada la guerra, y superadas las consecuencias de la crisis gracias a la brutal destrucción de fuerzas productivas, un nuevo peligro se dibujó en el horizonte para la oligarquía monopolista. La URSS, lejos de desaparecer bajo las botas nazis, alcanzó un grado de desarrollo industrial, económico y militar inimaginable para las clases dominantes capitalistas. No sólo eso, los innegables avances sociales y políticos para el conjunto de la clase obrera y el campesinado soviéticos, así como sus homólogos de la Europa del Este suponían un riesgo inasumible para las oligarquías.
Las distintas oligarquías nacionales del Viejo Continente comprendieron rápido que aisladamente ya no podían competir ni contra la nueva oligarquía hegemónica, la norteamericana, ni, menos aun, contra el poder de la clase obrera organizada en la Unión Soviética y los países del bloque socialista.
La solución fue la conformación de un polo imperialista que defendiese los intereses de las oligarquías europeas y que atemperase, en la medida de lo posible, los conflictos interburgueses en el Continente. La Declaración Schuman fue el primer paso de lo que hoy es ese polo imperialista europeo.
Cosas que no han cambiado tanto.
Ha pasado el tiempo, pero hay cosas que no han cambiado tanto. De nuevo la crisis capitalista asola el mundo y, una vez más, la oligarquía carga sobre las espaldas de la clase obrera y de los sectores populares las consecuencias de una crisis de la que no somos responsables.
Pero como el grado de profundidad de la crisis es enorme y la sobre-explotación de la clase obrera no es suficiente para recomponer el ciclo de ganancia, la clase dominante pugna por un nuevo reparto del mundo, al tiempo que vuelve a recurrir al fascismo como fuerza de choque contra la clase obrera más consciente.
La historia lo demuestra una y otra vez. La oligarquía, por más que quiera vestirse con ropajes democráticos, sigue ejerciendo su dictadura, la dictadura del capital, con toda la fiereza que necesite en cada momento. Poco importan sus lágrimas de cocodrilo contra el fascismo, la realidad demuestra que es ella, precisamente, quien crea y alimenta el fascismo cada vez que ve peligrar su posición como clase dominante.
El polo imperialista europeo se encuentra en unja situación especialmente complicada. Las consecuencias de la crisis capitalista en Europa se manifiestan de forma cada vez más dramática para millones de trabajadores y trabajadoras del continente, cada vez más escépticos con el “sueño europeo”, las pugnas entre las propias oligarquías europeas se intensifican por el reparto de las migajas, siempre con la alemana a la cabeza. En el plano internacional, se agudizan sus contradicciones contra los otros polos imperialistas a la vez que intensifica su presencia en todas aquellas áreas estratégicas de cara al saqueo de esos pueblos.
Ucrania es sólo el último ejemplo, pero también el más clarificador. Allí tres imperialismos se enfrentan por el control del país: EEUU, la UE y Rusia. Cuando la “revuelta popular” alimentada y creada por EEUU y la UE contra Yanukovich fracasó porque gran parte del pueblo ucraniano se opuso al golpe de estado (y no necesariamente porque apoyarán al oligarca prorruso), los monopolios europeos y norteamericanos recurrieron al fascismo. Por su parte, como es de esperar, el imperialismo ruso trata de explotar la situación a su favor.
Hoy, igual que siempre, la oligarquía trata de hacer pasar sus intereses de clase como los intereses propios del conjunto de la sociedad. Para ello cuentan con el apoyo incondicional no sólo de sus partidos “naturales” (PP, PSOE o UPyD), sino también de aquellos, como IU, que llaman a la “rebelión” y dicen denunciar el capitalismo.
No en vano, de todas las candidaturas presentadas en España, la del PCPE es la única que plantea la salida de la UE como un elemento central de la lucha que a día de hoy debe dar la clase obrera en busca de su emancipación.
Y es que, en el desarrollo actual de la lucha de clases, la línea que deslinda las posiciones revolucionarias y las del resto (empezando por las reformistas) pasa ineludiblemente por la Salida de la UE. Sólo esas posiciones revolucionarias defienden hoy los intereses objetivos de la clase obrera y de los sectores populares.
Por eso los y las revolucionarias defendemos que nuestro “9 de mayo” es el de la victoria sobre el nazi-fascismo, no el de la Declaración Schuman.