Unos tienen la fama… por el Cojense
LAS VERDADES DEL BARQUERO
UNOS TIENEN LA FAMA . . .
No se pierde ocasión de llamar vándalos a cualesquiera gamberros y otras gentes de mala baba cuando cometen actos punibles no solo verbalmente, pero lo chocante es que siempre se les califique con el nombre y sus derivados de este pueblo bárbaro de origen germánico que en los siglos V y VI invadió la Galia, Hispania y el norte de Africa.
No diré yo que los vándalos, cuyos actos buenos o malos eran vandálicos por naturaleza, fueran precisamente angelitos; pero, oiga, esto ya es abusar, por que había otras tribus tan bárbaras de origen como esta y de costumbres parecidas, cuando no peores, a las que ni se nombra para mal, pues además de los vándalos nos visitaron también los suevos, los godos, los alanos y los hunos, y entre los hunos y los otros se la armaron, y bien gorda, a los romanos, que dicho sea de paso tenían sojuzgados a los habitantes naturales de la antigua Iberia, que ya se llamaba Hispania por entonces y no “este país” como la llaman algunos ahora, que parece que se avergüenzan da haber nacido en España. Unos ejemplos nos ilustrarán sobre el talante de las gentes que nos llegaron:
Los suevos.- Oriundos de una zona entre el Rin, el Danubio y el Elba, invadieron la Galia y la Hispania junto con los alanos y los vándalos. Como cosa particular le tomaron especial gusto a la gaita y al marisco de Galicia y fundaron un reino que duró casi dos siglos, hasta que los gallegos consiguieron quitárselos de encima.
Los alanos.- Estos procedían de lo que hoy es mas o menos Irán, a caballo (es un decir) entre Europa y Africa. Comenzaron dándose un garbeo por la Galia fastidiando a los futuros franceses, cruzaron los Pirineos y se establecieron aquí, pero a los visigodos (luego hablaremos de estos) no les agradó la visita, así que se liaron a tortas con ellos y los mandaron para Africa, donde hace más calor. Mientras se iban, arrasaron y arramblaron todo lo que pudieron para no ser menos.
Los hunos.- Menuda gente. Eran peores que la peste. De origen asiático, no se estaban quietos en ninguna parte, y se peleaban hasta con su padre. Guerrearon contra los romanos en todos sus dominios, con los chinos y contra todo lo que se les ponía por delante. Invadieron Europa, echaron literalmente a patadas a los godos, que vivían por entonces al otro lado del Danubio y los empujaron para acá, de manera que a los godos no les quedó más remedio que invadirnos de rebote. Su jefe más famoso, un tal Atila, de apellido desconocido, vete a saber quien fue su padre, montaba un caballo reputado como el mejor herbicida de la Historia, y si esto hacía la noble, pero mala bestia, con la floresta, ¡qué no haría su dueño con todo lo demás! Baste con decir que los chinos, que debían estar hasta la coleta de sus vecinos, hubieron de levantar su famosa muralla para evitarlos, y que los habitantes de la costa adriática se apresuraron a fundar Venecia para estar más seguros, sabedores de que a los hunos no les gustaban demasiado al baño ni las picaduras de los mosquitos. Otra cuestión es lo que los chinos y los venecianos de hoy sacan en divisas al turismo enseñando su muralla y su ciudad, pero a sus antepasados no les debió hacer gracia ni amontonar tantas piedras en la muralla por un lado ni construir una ciudad chapoteando en un cenagal por otro.
Los godos.- Por último, esta gente, que todavía no se ha ido a pesar de la paliza que recibió (y que recibimos todos) de Almanzor y la morisma, procedía de Escandinavia, pero se quedaron de momento a medio camino al norte del mar Negro. Azuzados por los hunos se dividieron en godos del Este u ostrogodos, y en godos del Oeste o visigodos, que ya son ganas de ponerse nombres raros, horterada que todavía perdura entre los conjuntos de música pop. Los ostrogodos se quedaron por Italia y los visigodos se vinieron para acá, vía París, emparentando primero con los galos. Aquí se ve que les gustó la tierra, el vino, el jamón y el folclore del cortijo hispanorromano y decidieron quedarse, establecerse en Toledo y contratar al Greco para que les pintara tipos estirados. A pesar de ser bárbaros y hacer lo propio, fueron algo menos brutos y se dieron cuenta de la superior civilización romana que había en Hispania, de manera que se dedicaron a asimilarla, y como consecuencia de ello se pusieron a escribir códigos de conducta (con letra gótica, por supuesto), siendo famosos los de los reyes Eurico y Ervigio, especie de leyes del embudo que fueron muy populares entre la gente de bien, o sea, los nobles, y muy impopulares entre los demás, como es de suponer. Pero nada de esto se puede comparar con la tortura a que se nos sometió a los españolitos de mi generación y anteriores al tenernos que aprender la lista de sus reyes, ¡nada menos que treinta y tres!, para aprobar el examen de Historia. El que los reyes godos fueran tan numerosos se debió a que la monarquía no era hereditaria como ahora, sino electiva, por lo que la forma habitual de llegar un aspirante al trono era asesinando al rey de turno, y tengo para mí que esto dio lugar al conocido refrán de “a rey muerto, rey puesto”.
Digamos de paso que entre los godos hubo un despabilado llamado Teodomiro, natural de Santa Pola, que se quedó por Orihuela y engañó a los árabes (después de recibir una paliza por oponerse a la invasión, todo hay que decirlo) diciéndoles que él mandaba en un extenso territorio –luego llamado Cora de Tudmir, con sede en Orihuela- que abarcaba lo que hoy son las provincias de Alicante, Murcia y parte de Almería y Albacete (de esto se cumplieron el año pasado 1.300 años). La cosa le salió bien, pues los árabes se dejaron convencer por su labia y el cobro todos los años de buenos dividendos en dinero y especie, y le dieron, de momento, permiso para mandar en lo que parecía su casa. ¡Ah!, y también hay que decir que Teodomiro no puso en las almenas del castillo mujeres disfrazadas de hombres con cañas para que parecieran lanzas e impresionar a los árabes mientras -también disfrazado- regateaba con ellos las condiciones del famoso pacto; esto no sucedió en Orihuela, como tampoco sucedió años después el episodio de la Armengola, invento de un sastre oriolano, amigo de leyendas y de puntadas sin hilo.
Visto lo que antecede, ya me dirán ustedes si no es una tremenda injusticia llamarles solamente vándalos a los gamberros que usted sabe. Desde aquí propongo consecuentemente (temo que no me hagan caso) que además se les llame también alánicos y suévicos, pero especialmente húnicos o visigóticos, por las mayores salvajadas de los primeros y las peores consecuencias de los segundos, que todavía perduran.
El Cojense.